Durante el viaje evitó leer el mensaje otra vez: *“Es mejor que vengas. Está grave.”*
El tren salió de Valencia con el cielo plomizo. Desde la ventanilla, Tomás veía los campos de naranjos desfilar bajo la luz tenue de la tarde. La pantalla de su móvil seguía mostrando la foto de perfil de su hermana, sonriendo con una copa en la mano. Habían pasado meses sin hablar.
El vagón avanzaba con esa lentitud monótona de los regionales. A su lado, una mujer devoraba unas galletas sin ofrecerle. La miró. No supo si era atractiva o si solo estaba harto del silencio. En su cabeza, frases sobre economía aún flotaban. Le daban una paz extraña, como si fueran un rezo sin fe.
Al llegar al pueblo, la humedad lo envolvió de golpe. Un cartel con el nombre de **La Vall d'Uixó** le pareció ridículo. *Este lugar ni aparece en los trending de redes*, pensó. Como si eso lo hiciera menos real.
Su madre lo abrazó sin hablar. Su hermana le explicó lo inevitable con la misma frialdad que si le estuviera dando indicaciones para llegar a la farmacia. En la habitación del hospital, su padre dormía con los ojos entreabiertos. El monitor a su lado titilaba como una luciérnaga agotada. Tomás le apretó la mano con torpeza. Luego se fue a dormir al cuarto donde había crecido.
Los días siguientes fueron una repetición sin emoción. Por la mañana iba al hospital, leía artículos en su móvil mientras su padre dormía. Por las tardes, caminaba hasta la plaza, se sentaba con una **Estrella Galicia** en un banco, veía pasar coches antiguos y parejas en silencio. El pueblo tenía un aire espeso, no puro. Más bien algo estancado, como un bostezo largo.
Una noche, de camino a casa, se cruzó con Julia, la vecina. Estaba igual que hacía diez años, solo que ahora fumaba. Se quedaron charlando sobre cosas sin importancia, hasta que ella dijo:
—¿Subes?
El sexo fue torpe, pero cálido. Después se rieron. No del momento, sino de que eso aún tuviera sentido. Julia le mostró una foto de sus hijos. Tomás le preguntó si era feliz.
—¿Qué es eso? —contestó ella, apagando el cigarro.
El padre murió un miércoles de madrugada. Cuando llamaron, Tomás ya estaba despierto. No lloró. No dijo mucho. Siguió el protocolo. En el velatorio, la gente lo abrazaba como si fuera parte del mobiliario. Escuchaba, asentía, hacía algún chiste para aliviar el ambiente. Esa era su forma de estar.
Al día siguiente, se sentó solo frente a un café frío. **La Vall d'Uixó** ya empezaba a borrarse de su mente. Sabía que debía volver a la ciudad, terminar el doctorado, responder mails. *Continuar*.
Antes de irse, pasó por la casa de Julia y le dejó un sobre. Dentro había un poema que no firmó.
Lo escribió esa mañana. Se titulaba: **Cosas que no pesan**.
Relato Publicado en: Amazon.com: Relatos Morales (Spanish Edition) eBook : Sánchez Soriano, Vanessa: Tienda Kindle

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