Vera creyó que jamás tendría que enfrentar al dueño de su deseo más oscuro, sintiéndose a salvo durante años, permitiéndose anhelarlo a la distancia mientras escondía bajo su fachada de trabajo la necesidad mísera y sucia que le provocaba escucharlo y admirarlo virtualmente… Sin embargo, Vera ya no está segura y ahora deberá decidir si se deja vencer por su instinto carnal oculto a pesar de conocer la avaricia de ese hombre, o se mantiene estoica para seguir siendo la dulce y tierna Vera… la novia de su hermano.
Ella no lo sabe, pero en su poder está desatar una guerra porque; Uno quiere su poder y el otro la quiere entera.
—Ven… —pronunció el anciano con dificultad—, sé lo que estás pensando. ›› ¿Y yo por qué estoy aquí?‹‹
Vera caminó con su sonrisa cálida hasta quedar a su lado y asintió con esa timidez que la embargaba cuando su postura profesional la dejaba.
—Se supone que estos… —Tragó un poco de esa amargura que le provocaba pensar eso y luego de tomarse un tiempo, respiró hondo para continuar—, estos días debe pasarlo con su familia. No está bien que una empleada esté aquí.
—Lo que no está bien es que te consideres una empleada.
Aquella respuesta tan firme la descolocó y sus pupilas se dilataron al ver la dureza de su pronunciación. Por supuesto que conocía esa parte de la personalidad de uno de los hombres más importantes en la industria inmobiliaria, Cadel Varone era un símbolo de seguridad y carácter, pero no fue eso lo que la impactó… sino reconocer el rasgo severo y oscuro que por dos años admiró en otro hombre a través de una pantalla y erizó su piel a través del teléfono…
—Eres la hija de mi amigo. Eres la hija que no tuve y la que ha sacado adelante esta compañía desde que tu padre no está y yo enfermé. —La mano de aquel hombre se posó sobre la suya y el temblor de esta la llevó a presionarla. Vera sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo por hablar—. Y desde hace seis meses eres la novia de Vernon.
—Señor…
—No me digas señor, Vera… no estamos en la oficina —la interrumpió—. Tienes más que esos motivos para estar aquí y aunque ahora estés con mi hijo, para mí, siempre fuiste parte de la familia.
Podía sentir cómo su pecho se llenaba de congoja no solo por sus palabras, sino también por recordar la amistad profunda que su padre y él siempre habían tenido desde que eran unos jóvenes. Una amistad que los llevó a estar unidos en esa gran empresa que uno fundó, pero el otro se encargó de llevar las finanzas y mostrarle el camino del éxito. Eran la dupla perfecta, hasta que su padre falleció y a ella le tocó ejercer en su lugar.
—Y usted es como un padre… —aceptó llorosa, pero no dejó que ninguna de aquellas lágrimas se desbordaran—, sin importar mi relación con Vernon…
—De eso quería hablarte… —Los iris empañados de ella se plantaron en el anciano, expectantes, pero guardando silencio, siempre cautelosa dándole el tiempo para respirar, sin embargo, se había instalado una duda y una tristeza extraña en el semblante de Cadel—, Vera… sabes que amo a mi hijo, amo a mis dos hijos pero, ¿estás segura de que Vernon es el hombre indicado para ti?
No. No lo estaba. Vernon no provocaba en su ser ni un ápice de esa sensación desquiciada que percibía en su cuerpo al oír la voz de ese otro hombre. No. No lo estaba, porque Vernon era demasiado condescendiente, era un hombre que tras esos ojos brillantes le provocaba dudas más allá de la sonrisa amorosa y ella ansiaba, oscuramente, la respiración dura y sensual de aquel hombre que nunca tuvo enfrente. No obstante… Vernon estaba allí, demostrándole que la amaba y el otro, estaba a kilómetros sin siquiera pensar en la muchacha tímida que ardía por él.
—Yo creo que el tiempo… —Aquella respuesta se quedó en sus labios, su sinceridad murió cuando la puerta fue abierta y la mirada esplendente de Vernon se instaló en ella.
—Vera… —manifestó dibujando en sus labios una sonrisa. Pero las pupilas de Vera se fugaron a la imponente figura tras su novio y en su pecho, se formó la colisión de un latido y un gemido que dolió—, No sabía que estabas aquí. Tenemos visitas…
Un paso a la vez, un latido errante en cada pisada, el aire empujando para seguir de pie y no decaer se sumó al aroma perturbador de la fragancia que una y un millón de noches imaginó. Vera sintió que su cuerpo se moría, sintió que su sangre hirviendo y bullendo de ansias la consumía y bajó la vista percibiendo que si seguía con sus iris en él… perdería la cordura.
—Duncan… —La voz de Cadel pronunciando llena de sentimiento aquel nombre, empujó a sus párpados a cerrarse, las notas angustiantes del anciano no ayudaron en nada a su emoción y se mordió el labio mientras inflaba su pecho para contener el llanto—, gracias por venir.
Silencio, ese pesado que solo era roto con el arrullo del aire denso de ese hombre. Silencio… ese que Vera admiraba y la llevaba a gemir bajito cuando él se tomaba el tiempo para responder. Amaba su silencio… amaba saberlo inalcanzable, distante y a la vez, lo odiaba por quien era y lo que provocaba en su ser.
—No lo hice por ti…
Ella podía morir en cada letra pronunciada y revivir al paladear la siguiente, esa mujer que aún mantenía sus ojos cerrados y apretaba con fuerzas la mano de Cadel ante esos temblores llenos de angustias, esa mujer… esa mujer dejaba ir su alma cuando la tonalidad severa y cortante hería y dominaba de una manera morbosa. Debía contenerse, debía mantener a raya el desbarajuste emocional que le provocaba tenerlo delante de ella después de años ansiar verlo a la cara. Los latidos de Vera fueron forzados a menguar, sus párpados se elevaron con la idea sólida de no demostrar la tormenta de sensaciones en sus entrañas, por lo que imaginó en su mente que aquello no era más que una reunión de trabajo. “Sé fuerte, Vera. Está aquí por su herencia”.
Sonrió tenue moldeando su vista en la sonrisa coqueta de Vernon y mientras su campo de visión era absorbido por el cuerpo de su novio a medida que se acercaba, no pudo evitar sentirse un fraude por no dejarlo tener todo lo que en sus fantasías le entregaba a Duncan. Pero no era algo que había decidido, es por eso que cuando la caricia tibia y delicada de Vernon se posó en su mejilla, se dejó hacer como una niña sumisa mientras advertía el beso simple que siempre dejaba en su frente… ¿Quizás era eso? Quizás era la caballerosidad de Vernon lo que no le agradaba, el espacio íntimo tan extenso que marcaba entre los dos y que, nunca había pretendido más que un leve roce con sus cuerpos. Lo intentó, Vera intentó que su anatomía absorbiera aquellos mimos como un halago, pero su sistema rechazó hasta el aliento del hombre que la proclamaba como el amor de su vida, y si había una manera en que pudiera sentirse más miserable, fue cuando sus ojos buscaron la figura solemne y lo halló con el brillo oscuro en la acción de Vernon.
—Te la robo un segundo, papá —pronunció suave su novio y entrelazó sus dedos con ella logrando que su cuerpo despierte—. Ven, cariño…
No hubo forma de evitar ese momento, ella lo supo cuando el tirón de su mano la obligó a levantarse y caminar junto a él, hasta quedar ambos parados frente a Duncan Varone. El rostro de Vera se mantuvo en las facciones de su novio, se negó a levantar la barbilla para hacer real aquello por temor a sí misma y su reacción. Pero Vernon le sonreía, Vernon curvaba sus labios en una sonrisa indescifrable y su mano la liberó solo para aferrarse a su cintura con una posesividad extraña. ¿Estaba mal desear que desaparezca? Porque eso es lo que Vera quería, que no exista para disfrutar la epifanía que su mente proyectó con fervor tanto tiempo, deseó que el escozor y calor que le provocaban esos ojos se difuminen por su cuerpo así le doliera el alma… porque aunque no lo mirara a la cara, Vera podía percibir sus iris incisivos en ella. “No está aquí por ti. Vino por su herencia…”
—No esperaba presentarte a mi novia en esta situación —formuló al fin Vernon y no tuvo más remedio que seguir el curso de sus ojos para al fin contemplar al hombre a quien le hablaba—, pero creo que no son tan desconocidos después de todo.
Absorta, Vera naufragó al fin en las aguas casi tangibles de sus ojos, en las olas impetuosas que desprendían volutas de un fuego azul celeste, a la vez que luchaba para quitarse el pensamiento de que esa expresión tensa y marcada de su varonil rostro no tenía nada que ver con su presencia. El aire ardiente fue real, el cuerpo de Duncan al dar un paso al frente la arrolló con su fuego y su piel se erizó al ver como su brazo se extendía y la inmensidad de su mano se abría para que ella la sostenga.
—Un placer conocerla personalmente, señorita Robles. —Jamás había sucumbido a un tremor, Vera reaccionó cuando el espasmo en su mano se trasladó a cada poro de su cuerpo, mientras la piel de aquella extensión del hombre que la enloquecía, aprisionaba su pequeña mano torturándola de la manera más dulce.
Palma con palma, abrazándola, impregnándole el calor en su piel, devorándola con su mirada, obligándola a sentirlo a la fuerza mientras ella luchaba por desprender sus labios secos y modular un saludo. Aun así, pese a su esfuerzo, la yema de aquel pulgar dejaba caricias imperceptibles que la electrificaban hasta formar en su bajo vientre un remolino de lava que pujaba incansable ante los roces. ¡Quería que crepite con fuerzas! ¡Sentirlo un poco más… tan solo un poco más!
—¡Al fin toda la familia reunida!
Sus labios estuvieron a punto de despegarse cuando la voz irritante de Aretha, la presión de los dedos de Vernon en su cintura y el ramalazo de culpa por haberse comportado de esa manera, llevaron a Vera a desprenderse de la mano de Duncan y de la bruma de su presencia. Dio un paso hacia atrás, bajó su mirada pero no pudo detener el golpeteo incesante de su corazón por la angustia de ser una ingrata.
—Creo… creo que es mejor que los deje solos —balbuceó en un hilo de voz, pero al levantar su mirada para enfrentar a su novio, halló a la mujer que acababa de hablar.
Aretha no se midió, y su soberbia esa vez no era dirigida contra ella, la madre de Vernon no solo transmitía en su postura el fastidio y la altanería de siempre, esa vez, encauzaba su vileza sin disimular en Duncan, el primogénito de su esposo y por primera vez, admiró el esplendor dañino de esos ojos que asesinaban a su paso.
—Tú si sabes elegir el momento para hacer tu gran regreso… —escupió con saña mientras avanzaba majestuosa.
La incomodidad que se sintió en el aire, la agitación de Cadel tras ellos, la tensión de su novio a su lado, no fue nada contra la escalofriante sonrisa taimada de Duncan Varone.
—¿Nerviosa, enfermera?
El empuje de Vernon soltándola de golpe la llevó a trastabillar y ahogó la sorpresa al descubrir como ese hombre, cálido y amable, se transformaba en una fiera que se interponía entre su madre y su hermanastro. Duncan sonreía de lado, sus manos se habían escondido en los bolsillos de su pantalón y la mirada arrogante ahora recaía en las personas que eran la familia de su padre. Vera contempló el cuadro sin horror, consciente de la enemistad y la lucha de intereses… sobre todo de aquel hombre que parecía disfrutar las reacciones a su provocación.
—Respeta a mi madre… —anunció tajante Vernon, pero no hizo ningún ademán de acercarse a su hermanastro—, y respeta a nuestro padre también.
—No estoy aquí para respetar a nadie… —La expresión rapaz con la que Duncan pronunció aquello mientras los contemplaba uno a uno, llevó a Vera a cerrar aquella mano que antes se había calentado con la piel de ese hombre, pero antes de arrepentirse por todo lo que su cuerpo le imploraba de él, aquellos ojos mutaron cuando recayeron sobre ella—, solo una persona merece mi respeto y no es ninguno de ustedes.
Tragó la saliva acumulada en su boca, apretó sus muslos y se abrazó a su cintura implorándole al cielo que le erradique de su pecho y de su mente, ese sentir y las malas interpretaciones que su corazón quería instalar. Él no tenía respeto por su padre, Duncan no tenía respeto por su única familia… ¿Por qué lo tendría con ella?
—Todos saben porqué estás aquí —farfulló Aretha y la mirada de Vera corrió hasta Cadel que hacía el esfuerzo de incorporarse.
Solo ella fue capaz de acercarse hasta la cama del anciano y ayudarlo, no le importó la mirada punzante de Duncan, la de desesperación de Vernon y la acotación ponzoñosa de Aretha, Vera usó todo de sí para aislarse de ese trío que buscaba despedazarse delante de un viejo que moría.
—Ve a instalarte, Vera… —pidió cansado aquel hombre cuando estuvo al fin sentado—, Aretha, puedes hacer la bendita fiesta de cumpleaños si quieres… Solo déjenme a solas con Duncan.
—Papá… —Otra vez aquella mujer se hizo a un lado y caminó hacia atrás dejándole el espacio a su novio.
A veces Vernon podía olvidarse que ella estaba a su lado…
—Todo estará bien, hijo… —susurró grave y le sonrió al menor que parecía desesperado por no dejarlo—, ve con tu madre y prepara la mejor fiesta. Sé que tienes muchos planes…
De reojo apreció el gesto borde, despreciativo de Duncan, pero quitó su vista de inmediato al ver pasar a su novio, tomar del brazo a su madre y salir de allí, sin antes chocar con infantilismo el hombro de su hermanastro.
—Debiste educarlo mejor —manifestó con sorna Duncan y dejó que dos de sus dedos sacaran la suciedad imaginaria que Vernon le había dejado.
Así que ese era él… Duncan Varone, el hijo que jamás regresó, al que todos odiaban, el egoísta que solo se hacía cargo de varias empresas de su padre por interés, el hombre al que nadie quería tratar y el que no quería rendirle cuentas a nadie por creerse el dueño legítimo de todo. Ese era Duncan… el que desde el primer día, hacía dos años, habitó sus pensamientos más licenciosos al convertirse en la única a quien respondería virtualmente por ser la jefa de finanzas de aquel imperio inmobiliario.
—Descanse, señor… — articuló resignada al ver con sus propios ojos la verdad a voces sobre él. Dejó un beso cariñoso en la frente de Cadel y al pasar junto a Duncan, que aún se hallaba lejos de su padre, enfrió su mente y abrió su boca—, bienvenido, señor Varone.
—Oírlo de sus labios —susurró y el cuerpo de Vera se estancó al sentir como aquella mano rozaba la suya al pasar—, me hace sentir bienvenido…
Ya estaba allí, después de veinte largos años había regresado. Ni siquiera la satisfacción de al fin obtener lo que ansiaba le arrancaba el asco que le producía verlos. Duncan guardó en el bolsillo de su pantalón aquella mano que aún resentía la calidez de esa suave piel rozada y punzó sin miramiento el rostro de “ese”, que aún se hacía llamar su padre.
—No vine a jugar al hijo pródigo, Cadel —lanzó sin ganas y dio dos pasos al frente—, no esperes que me acerque y bese tu frente porque estás muriendo.
—Es lo último que espero de ti. —Pudo ver esa sonrisa irónica y sus propios gestos en ese rostro avejentado, pero levantó su barbilla sin dejarse traspasar por ningún sentimiento— Tú y yo sabemos por qué estás aquí.
Y el pecho de Duncan sintió el retumbe fogoso de un corazón anhelante, pero el brillo sagaz y la sonrisa helada en su boca lo ayudó a disimular.
—Parece ser que todos lo saben… —alardeó orgulloso—, me gusta que comiencen a sentir lo que es que te roben todo.
—A ti nadie te ha… —Su padre habló a la defensiva y él lo enfrentó, esperando que se anime a continuar aquello—. Lo que te pertenece sigue siendo tuyo.
Duncan sonrió, una risita desganada se escapó de su boca y se relamió los labios mientras negaba con su cabeza.
—Por supuesto que sí. ¿Acaso creíste que les dejaría el camino libre para arruinar la empresa? —Sabía exactamente que decir porque lo tenía atascado en su garganta y en su corazón—. La única razón por la que sigo llevando tu apellido es para no darles el gusto de destruir esta compañía como lo hicieron con mi familia.
—Vernon no tiene la culpa. —La ira lo cubrió al oírlo. Percibió la tirantez de sus músculos y como el odio más visceral buscaba manifestarse—. El error fue mío, Duncan. Hice demasiadas cosas mal.
—¿Mal? —formuló pétreo—. Te acostaste con la mujer que debía cuidar a mi madre en sus últimos días. Te revolcaste con ella en nuestra casa, ¿crees que eso es hacer algo mal?
Lo vio respirar con más dificultad, bajar su vista y sobarse el pecho con fuerzas, pero Duncan no se movió y aún tenía demasiado para decir.
—¿Qué sentiste cuando la viste parada en la puerta de tu oficina? ¿Qué sentiste cuando la terminaste de matar?
—Bas… basta.
—¿Qué sentiste cuando te revolcabas con esa puta enfermera y tus ojos vieron los de la mujer que te amaba?
No iba a guardarse nada, Duncan estaba dispuesto a escupir hasta la última gota de odio que venía acumulando desde sus dieciséis años. No le importó que el aire de Cadel se agotara, ni que debiera buscar desesperado la mascarilla de oxígeno y mucho menos, que sus propios ojos se llenaran de lágrimas rabiosas.
—Nun… nunca… quise hacerles daño.
Quiso reír al escucharlo, pero respiró profundo e inclinó su cabeza hacia un lado displicente.
—Pero lo hiciste —sentenció—, y tuviste un hijo que se convirtió en la imagen de su madre. Dos inútiles que no saben más que dañar y obtener todo por medio de tretas sucias.
—No justificaré más nada. Solo quiero salvar lo poco que pueda salvar —balbuceó Cadel.
—Por eso estoy aquí, ¿no? —exclamó soberbio. La vista de aquel amplio ventanal lo atrajo y se acercó, asomándose y permitiendo que miles de recuerdos se presenten en su mente, sobre todo, la sonrisa de su madre en ese jardín—. Para asegurarme que todo salga como debe salir y nadie intente nada.
A lo lejos divisó aquel laberinto en medio del pequeño prado y sonrió sin darse cuenta al ver lo cuidado y reverdeciente que estaba. Se preguntó qué detalles más que su madre instaló en aquella casa aún estarían y tuvo la osadía de pensarse en ese lugar acompañado.
—¿Fue Santamaria, verdad? —La pregunta lo hizo dibujar en sus labios ese gesto astuto que traía en los genes—. Creí que te lo diría antes. Además de ser mi abogado es tu amigo, confiaba que apenas lo supieras vendrías.
—No me interesa si cumples ochenta años, si estás muriendo o ellos destruyen su parte de la herencia. —Ese calor voraz que lo consumió por tanto tiempo, esa sensación inentendible pero capaz de llevarlo a la obsesión más tórrida, renació con más fuerzas al recordar el por qué había volado de Europa a América para hacer lo que se prometió que jamás haría por nadie. Volver—. No estoy aquí por ninguno de ustedes, pero me aseguraré que todo quede en las manos de quien debe quedar sin peligro alguno.
Y ahora lo sabía… ese instinto que se apoderó de él apenas Ramón Santamaria le anunció el testamento final de su padre, brotó con fuerzas como el magma rompiendo la corteza de un volcán que intentaba mantener pasivo. Ahora lo sabía, allí no solo había peligro, había un plan macabro gestándose desde hacía tiempo y él fue el imbécil que dejó que sucediera. Duncan mordió su mejilla interna al recordar como hacía meses había decidido ser fuerte y olvidarse de su obsesión, como en un arranque de furia consigo mismo quiso relegar su sentir, dejar de ser su sombra y ahora esas eran las consecuencias.
—Tienes las mismas sospechas que yo —afirmó Cadel y la mirada azul celeste de Duncan se posó en él—. Quiero creer que no lo saben. Quiero irme sabiendo que estará bien con este peso, porque no hay nadie mejor preparado para llevar esta carga. Ni siquiera tú, Duncan.
—Jamás debiste dejar que un inocente quede metido en tu nido de buitres.
—¿Y acaso tú no lo eres? —El cuerpo de Duncan apenas reaccionó cuando su padre vociferó aquello con sus pocas fuerzas y por primera vez, en silencio, tuvo que darle la razón bajando la mirada—. Tú también eres capaz de todo por obtener lo que deseas, pero eres tan cobarde y orgulloso que quizás, llegaste demasiado tarde.
Su cuerpo se colocó paralelo frente a la ventana, su mano se hizo puño dentro del bolsillo e inhaló buscando el aroma en la habitación, rebuscándolo con todos sus sentidos alertas, hasta que la fragancia suave y real se coló en sus fosas nasales y un frío sensual acarició su columna. El miedo no podía ir de la mano con lo que deseaba, ya no. Antes estuvo dispuesto a resignarse con tal de no regresar, pero en ese instante, a Duncan Varone le importaba una mierda todo.
—Quizás también sea un buitre —siseó justo cuando sus ojos avistaron la presa delicada que se acercaba al lago—, pero te equivocas en algo… —Así como estaba, con una de sus manos escondidas rememorando la ambrosía de esa dermis que al fin había tocado, caminó a la salida sin mirarlo—, no llegué tarde a ningún lado, porque lo que deseo, siempre fue mío aunque no esté en mi poder. Y ahora al fin lo estará…
Distancia, eso era todo lo que debía mantener de ese hombre. Vera repitió esa palabra como un mantra, esperando que todas las fantasías que había tenido se esfumen porque la realidad era cruel.
—¿Estás bien? —cuestionó Vernon a su lado y apretó su mano. Él era tibio—. No dejaré que arruine estos días, cariño. Tú no debes preocuparte.
—¿Y a qué crees que vino? —soltó con disgusto Aretha—. Después de veinte años lejos… —agregó con ese brillo astuto, pero Vera apartó sus ojos—. Tú trataste con él estos últimos años, sabes la clase de hombre que es, ¡Aún no comprendo cómo lo toleras!
Los hombros de Vera cayeron, como si una carga hubiera sido colocada en su espalda y percibió como las dos personas esperaban una respuesta. La mano de Vernon seguía entrelazada a la suya y aunque dejaba caricias, no se sentían iguales.
—El trato entre el señor Varone y yo es profesional. —No mentía, jamás había sido ese ser despreciable con ella—. No sabría decirle qué clase de hombre es porque no lo conozco.
—¡No seas tan correcta, Vera! —exclamó Vernon. Su mano la soltó disconforme, pero en su boca se hallaba una sonrisa traviesa, una que le dedicó a su madre—. Aquí no es tu jefe. Puedes decir lo que piensas, nadie te juzgará.
No podía decir lo que pensaba, dentro de Vera se hallaba un caudal de pensamientos sucios que brotaba a borbotones y se entremezclaban creando una orgía de pasiones enclaustradas. Sí iban a juzgarla.
—No tengo nada que decir —formuló sin enfrentar a ninguno—, siempre fue correcto.
—Por no decir arrogante —acotó Aretha. Pero Vera observó a Vernon que la escudriñaba serio—. Debe estar llenándole la cabeza a Cadel o haciendo alianzas con el abogado. ¡Te dije que debías convencer a tu padre de cambiar a ese abogaducho!
Ramón Santamaria, al igual que ella había suplantado a su padre, pero según la filosa lengua de Aretha había sido y seguía siendo un fiel amigo de Duncan. No era tan inocente para descartar las habladurías, pero tampoco podía instalar toda esa basura que decían de él en su corazón, para así prohibirlo para siempre de sus ilusiones. Era tan fuerte la voracidad de empaparse de su nombre, de sus gestos, de su mirada y ahora… de su tacto. Solo su voz gruesa y sensual había sido el calmante para sus sueños húmedos, pero ahora quería más ¿Cómo haría después de haberlo tocado?
—Debo… —Sin pensarlo y abruptamente se levantó de su sitio dejando los cubiertos como si le quemaran, pero al hallar las miradas sobre ella, respiró para continuar—, debo llamar a mi madre. Es sábado y sus medicinas cambian. Debo recordarle.
No esperó que nadie respondiera, salió de aquel salón por la primera puerta que encontró y continuó su camino alejándose en un pasillo extenso. Vera estuvo tentada a correr esperando así quitarse el enjambre de emociones que se apoderaron de ella ante el despertar de ese deseo de las entrañas.
—Contrólate, Vera —murmuró bajito al sentir el dolor necesitado que la atravesaba y lo agitado de su respiración—. No está bien…
—¿Se encuentra bien?
No fue el sobresalto de hallar a alguien en medio de aquel vacío y medio iluminado pasillo, fue la tonalidad rasposa y cubierta de alevosía que la acarició con rudeza en el centro de su nuca.
—¿Señorita Robles? ¿Se encuentra bien?
El cuerpo se mantuvo estático, negándose a abandonar la posición donde el calor en su espalda la abrazaba y el matiz de sus anhelos más perversos la dejaba de rodillas. La piel de Vera despertó con ansias, sus piernas estuvieron a punto de flaquear al percibir como las puntas erectas de sus pechos rozaban la tela de su blusa creando una fricción celestial. Él solo estaba allí, parado detrás de ella, esperando.
—Sí… —pronunció ahogada. Sus manos temblando no ayudaban y menos, la fragancia masculina que se arraigaba a sus sentidos adueñándose de ella—. Buscaba mi habitación.
—La acompaño —declaró Duncan y lo sintió a su lado—. ¿Qué sucede? Virtualmente no tenía problemas en mirarme. ¿En persona la intimido?
El rostro de Vera se fue elevando, sus ojos se llenaron de ese hombre que la contemplaba con una media sonrisa codiciosa pero absolutamente cautivadora. Duncan no le sonreía, él mostraba en sus labios la mueca más sensual y prometedora que ni en sus más absurdos sueños hubiera imaginado.
—Es mucho más alto —susurró y jadeó al escuchar como aquel pensamiento se escapó por su boca—, perdón…
—Y usted es mucho más hermosa. —La abdujo, ya no hubo una sonrisa en esos labios, la oscuridad reemplazó por completo el brillo azul de esas pupilas en las que Vera se fundió dejándola sin aire, cortándole el derecho a moverse—. Es una delicia tenerla frente a mí, señorita.
Lo sintió, Vera sintió el roce en su perfil derecho, pero solo sus ojos pudieron seguir la acción. Tres hebras de su cabello fueron las beneficiarias de ser enlazadas en los dedos de Duncan, pero la piel de su oreja, recibió la descarga sensitiva que la llevó a gemir.
—¿Vamos? —preguntó y su voz sonó juguetona despertándola del letargo.
Duncan la miraba con el rostro de lado, con un mohín juvenil y el aire regresó a los pulmones de aquella joven que rogaba con fuerzas, que todo haya sido producto de su imaginación.
—¿A dónde?
—A su habitación…
Pestañeó mil veces y su cuerpo se removió despojándose del hechizo. Podía ser una mujer con la facultad de imponerse cuando se requería porque así era su trabajo al llevar adelante una gran empresa, pero era un fiasco en su vida. Débil, demasiado débil…
Detenlo, Vera.
—Puedo ir sola, señor Varone. —Él no estaba allí, lo imaginó detrás de una pantalla, estaba a miles de kilómetros porque solo así podía resguardar a la mujer tímida y sin carácter—. Hasta mañana.
Comenzó a caminar, sus ojos buscaron aquella habitación que le habían designado, pero las pisadas marcando un ritmo en su espalda no dejaban de perseguirla. Se detuvo en su puerta, resistiendo la fuerza magnética que la incitaba a girarse; buscó la perrilla y cuando su mano se asió firme para abrirla y huir…
—Necesito… —lo moduló ronco, imperativo, rudo—. Necesito hablar con usted.
—Es tarde —manifestó ella conteniendo en su intimidad los jugos de su excitación—. Debo levantarme temprano porque Vernon quiere…
Se giró de golpe cuando el sonido seco se oyó y lo halló con la respiración pesada, una de sus manos convertida en puño y la mirada encendida flameando cólera.
—Señor…
Solo pudo seguir el curso de los pasos de aquel hombre que avanzó lento y peligroso hacia ella. Duncan acortó el espacio con sus pupilas ensañadas en sus ojos, sus facciones endurecidas y desplegando en el aire la tensión de una violencia sexual que la obligó a pegarse a la puerta… más no huir.
—¿Y tú? —La tonalidad de esa voz áspera con notas poderosas contaminaron su interior intoxicándola con la gravedad afrodisíaca.
Aun así, aunque su pecho contuviera los latidos morbosos del miedo y la lujuria, aunque su cuerpo reclamara que acortara ese espacio y sentir de cerca ese calor abrasivo que desprendía su boca, pese a todo; Vera frunció el ceño y lo enfrentó.
—¿Yo, qué?
Jamás se dieron la confianza de tutearse, pero allí estaban, como si siempre lo hubieran hecho y mirándose a los ojos como si necesitaran someterse.
—¿Y tú?... ¿Qué es lo que deseas?
Fingir no me desaparecerá.
Fuerza de voluntad, autocontrol, represión absoluta de su más profundo sentir y, la mirada lasciva y lacerante de Duncan, fueron los condimentos para escapar de su pregunta la noche anterior. ¿Cómo había sido capaz de acorralarla? “Esa es una pregunta personal. Buenas noches, señor Varone” .Como una presa que finge tener agallas antes de ser devorada, así se sintió Vera durante toda la noche y solo rogaba que Vernon tuviera muchos planes junto a ella para no sucumbir al arrebato de sus deseos.
—Buenos días —moduló y la fuerza de esa mirada la arrolló, pero sus iris se mantuvieron en Vernon y en esa media sonrisa que se fue difuminando de su boca.
Hizo el esfuerzo de ver en ese atractivo rostro un porcentaje de la locura infinita que le provocaba aquel, que la quemaba con sus iris. ¿Qué era lo que buscaba provocándola?
—Buenos días, querida.
—Buenos días, Vera…
Y ya no hubo duda, decir su nombre con tanta confianza delante de los que odiaba, le otorgó la respuesta a su pregunta. Solo quería perjudicar a Vernon, y ella había caído en ese maldito juego macabro.
—Buenos días, cariño. —Vera rogó que ese beso fuera a su boca, pero no, apenas cerró los ojos con resignación cuando percibió sus labios en la mejilla—. Creí haberte dicho que iríamos a la galería Marfil.
Así como esperó el beso en su boca, ella también ansió que los ojos de su novio relumbren al verla, pero no halló ni una tenue llama. El problema era ella, que no podía corresponder un amor sano y bonito, no podía sentirlo porque no era lo que su corazón ambicionaba.
—Sí, lo hiciste —murmuró con una sonrisa apretada conteniendo la angustia. Bajó sus manos y apretó la falda de aquel vestido que había elegido—, iremos por el regalo de tu padre.
—Bebé… —Al principio no la fastidiaba el apelativo, pero con el correr de los meses sabía que cuando era acompañado de esa tonalidad indulgente, Vernon estaba en desacuerdo en algo—, llevas un vestido de adolescente. ¿No crees que deberías usar algo más, acorde a ese lugar?
—¿Eres asesor de moda, hermanito? —murmuró aquel hombre sentado en la otra punta de la mesa y su voz profunda logró que no solo ella lo mirara—. ¿O solo les gusta cambiar la vida de los demás? —hablaba y en su boca se dibujaba un mohín de burla, al contrario de Vernon que endureció su mandíbula de rabia—, espero que sepan cómo cambiar la suya cuando ya no puedan vestirse… acorde.
—No nos amenaces —siseó Vernon y plantó los codos en la mesa—, no te metas y haz de cuenta que no estás aquí, como nosotros fingimos que no estás.
Parecía ser que solo Duncan era capaz de mostrar el lado agresivo de Vernon.
—Ustedes pueden fingir lo que quieran… —exclamó al mismo tiempo que se levantaba con parsimonia y se dedicaba a mirarlos uno a uno hasta detenerse en ella y allí, esa sonrisa macabra cambió—. Pero eso no hará que yo desaparezca. Con su permiso, tengo asuntos urgentes que atender.
“Pueden fingir… pero eso no hará que yo desaparezca” repercutía en su mente como golpes estruendosos de tambor y lograban que sus latidos se acoplaran al retumbe, provocándole un silbido en sus oídos. Se fue dejando a todos con la palabra en la boca y ella se aferró con fuerzas a la tela de su vestido para encauzar la impotencia que le producía imaginar que lo decía por ella.
—Es un maldito insolente —escupió Aretha—, asuntos urgentes. Debe estar haciendo arreglos con Ribera. Oí que estará aquí en la tarde.
—No te preocupes, madre, haga lo que haga no puede quitarnos nada —acotó Vernon con autosuficiencia. Había regresado a ser él mismo, incluso Vera sintió el roce en su mano y se animó a levantar la vista—. No le tengas miedo, voy a cuidarte de él.
¿Cómo? si nadie podía cuidarla de lo que en verdad deseaba. Si luchaba contra ella porque, aunque sabía que solo buscaba la manera de perjudicar a su hermano, ella ansiaba obscenamente que la use si de esa manera podía saciar sus fantasías. Pero solo asintió, sonrió tímida impidiendo que la abrasión en su intimidad se viralice, porque en sus sueños húmedos podía disfrutar ser su juguete, pero en la realidad, él la quería solo para romperla y descartarla y eso… no era parte de sus sueños.
Espejismo
Vernon le había pedido unos minutos antes de que ambos salieran por el regalo de cumpleaños de su padre porque debía hacer unas llamadas. No le agradaba la idea de estar a solas con Aretha y no comprendía porqué fingía que le simpatizaba su relación con su hijo, no obstante, se relajó cuando la mujer sugirió que fueran a ver cómo había amanecido su esposo.
—Tienes que descansar, nada de visitas de abogados, ni nadie que pueda alterarte. ¿Quedó claro? —ordenaba a su esposo.
—Lo dices como si me estuviera muriendo. —Y el chillido de Aretha la asustó.
—¡Hablo en serio! Tiene que ser la mejor fiesta de cumpleaños. No quiero que estés agitado y nervioso como cada vez que recibes a ese…
No terminó su comentario y resopló enfadada.
—Marcos tiene que permanecer a mi lado hasta el último minuto, querida esposa.
—¿Para qué? Ya no tienes más nada que hablar con él. —Vera se hizo a un lado para darle espacio a la mujer embravecida.
Caminó hasta el ventanal, pero cuando su mirada recayó en el camino y admiró la cabellera rubia de Ramón Santamaria, inhaló hondo porque sería un día complicado para Cadel.
—Siempre tengo algo que hablar con mi abogado. Aún no me he muerto. Aún controlo todo aquí.
Cadel había formulado aquello con seriedad y Vera apreció como esos ojos ancianos aún tenían el poder de amedrentar.
—Vera, déjanos solos —ordenó Aretha.
—Si ves a Duncan y a Ramón, diles que vengan, por favor.
No le quedó más remedio que asentir mientras caminaba a la salida, pero antes de cerrar la puerta, la voz cortante de Aretha se oyó.
—Te di demasiado para que me devuelvas tan poco.
No iba a buscar a nadie, mucho menos a ese hombre. Vera se dispuso a ir por Vernon esperando que ya haya terminado con sus llamadas, pero no tenía idea de dónde podía estar. Atravesó la estancia a paso rápido hasta que dio con una amplia puerta de madera pulida y su mano se posó para abrirla.
—Esto es demasiado arriesgado. —Oyó y el brazo de Vera se retrajo para retirarse.
—No me importa. Haré lo que tenga que hacer. —Los pies anclados al piso, sus manos aferrándose a su vestido y los ojos puestos en la madera reluciente, así quedó Vera cuando la voz tosca de Duncan irrumpió—. Tú prepara todos los documentos que yo me encargaré de lo demás.
—¿Y qué pasará si esto sale mal? —Ramón habló con miedo—. ¿Si lo usan en tu contra? ¿Si fracasas? No puedes hacer eso o perderás todo.
—Pero si sale bien pondré a salvo lo único que me importa. —Dio un paso atrás cuando el matiz de esa voz se tornó feroz—, ¿Por qué no me dijiste lo que estaba sucediendo? ¡Permitiste que llegaran lejos!
Quería huir, no necesitaba oír el complot de aquellos dos hombres, pero por más que intentó moverse la impotencia que rasgaba la voz de Duncan la cautivaba. Siempre lo había visto calmo, gélidamente seductor, pero en ese momento, la desesperación arañaba sus cuerdas vocales.
—Solo seguí tus órdenes —respondió Santamaria—. Tú decidiste no recibir más información de su vida, porque jamás volverías por nada y por nadie.
Un silencio lóbrego le dio el indicio a Vera de la tensión en aquel punto de la conversación. Duncan Varone era el amo de los silencios, su respiración pensante y los cambios en la dilatación de sus orificios nasales siempre la ayudaban a distinguir cómo respondería, pero en ese momento no podía admirar el vaivén de su pecho ni oír esa respiración pesada que la ponía arder.
—Fue un error de mi parte… —Se escuchó al fin—. Pero ahora estoy seguro que hay alguien que fue más astuto que tú y se lo dijo antes.
—Fue mi asistente. —Vera tragó saliva y recordó a la muchacha que trabajaba con Ramón—. Todo sucedió al mismo tiempo que tu padre me pidió que cambiara el testamento. Solo ella sabía de eso.
No podía con tantas alianzas y traiciones, con la ambición de tantas personas y mucho menos con la constatación de que Duncan era todo y más, de lo que decían de él. Se fue alejando lento y no por temor, sino por la incapacidad que le producía controlar el deseo que nació con el espejismo que se creó de él. Vera caminó fría hasta su habitación y allí se encerró, dejó su cuerpo caer sobre la cama y cerró los ojos. “Niña estúpida” pensó. Porque así se sentía. Una pobre criatura caprichosa que se aferró a una utopía, idealizando un ser oscuro para convertirlo cada noche en su dueño.
—¡Vera! ¡Cariño! —Necesitaba eso, los brazos de Vernon, que la posea y borre de una maldita vez esa obsesión—. Amor, ¿estás ahí?
Con decisión se levantó de aquella cama y alisó su vestido, se soltó el cabello y respiró profundo antes de abrir aquella puerta porque lo que haría, sería dar un salto al vacío sin seguro. No esperó absolutamente nada, abrió la puerta y sus brazos se enrollaron al cuello de su novio, pegándose a sus labios apretados. No quiso pensar, lo empujó hacia dentro sin dejar de sentir en su boca solo la piel que no le daba acceso y las manos tibias de Vernon, deteniéndola.
—Vera… Vera… ¡No!
¡NO! Gritó su mente y un manto de humillación la cubrió mientras sus brazos se desenvolvían de su cuello. Su rostro fue bajando avergonzado y su respiración acelerada se cortó.
—Vera, ¿Qué haces?
¿Por qué la hacía sentir que lo que deseaba estaba mal?
—Amor… No es el momento. —Vera lo observó y pudo ver esa pizca de horror en el fondo de sus iris—. Sabes que no soy esa clase de hombre, me gusta que todo sea especial. Tú eres especial, amor…
Y allí estaba ese abrazo, ese abrazo paternal, sin una cuota de pasión ni deseo, un beso insípido en su cabeza y su mano entrelazándose suave.
—Sé que no es el momento… disculpa —mintió aún entre sus brazos—. No volverá a pasar… ¿Nos vamos?
—De eso quería hablarte… —Él había suspirado con cansancio ante su disculpa, pero de inmediato se tensionó teniéndola aún abrazada—, ¿crees que puedas quedarte? Mamá necesita ayuda con los preparativos y quedé con Benny para comprar el regalo de papá. Sabes cómo es.
Vernon tenía un amigo, eran inseparables y siempre que podía le demostraba que no era admitida dentro de su amistad. Era consciente que Benny era demasiado importante para su novio, ya que si él llamaba, sin importar la hora, Vernon acudía.
—Será solo un par de horas. Además, tengo una sorpresa para ti. —Se dejó hacer cuando él la alejó de su cuerpo y tomó su rostro para darle una sonrisa mirándola a los ojos—, te aseguro que va a encantarte…
—No te preocupes —pronunció sin ganas y sin devolverle la sonrisa—, descansaré hasta que tu madre me necesite.
Un beso fugaz fue depositado en su frente y se fue, dejándole no solo la acidez de no ser deseada como ella quería, también la seguridad de que por más amor que su novio declarara, no le bastaba. Mientras cerraba la puerta y volvía a la cama llena de amargura, por primera vez su mente, su cuerpo y su corazón estaban de acuerdo. Ningún hombre alcanzaría la vara alta que Duncan Varone había instalado en sus fantasías, pero eso no la detendría para encontrar a alguien que sea capaz de encenderla y Vernon, estaba demasiado lejos de hacerlo.
Fue como si hubiera renacido dentro de ella aquella personalidad aguerrida que solo usaba de pantalla para ejercer su mando en la empresa, pero esa vez, para poseerla completa. Vera miró el reloj y daban casi las once de la mañana por lo que luego de recogerse el cabello y mirarse profundo frente al espejo, tomó la iniciativa de ir a despedirse de Cadel. No tenía más nada que hacer allí, no estaba preparada para ejercer toda la vida el papel de niña buena, mucho menos, la de novia de un hombre desaborido. La determinación y el empuje que la arrastró hacia afuera de su cuarto se potenció con la imagen que tuvo frente a ella. Allí estaba Aretha, altiva, dando órdenes a las personas que se alineaban en aquel pasillo. No, no iba a atarse a una vida rígida y fría, demasiado tiempo había ocultado el verdadero carácter y ahora poco le importaba si pensaban que no era adecuada para ser parte de las industrias Varone. Ella era Vera Robles, y no necesitaba el patrocinio de nadie para que la respeten.
—Vera, tienes que hacerte cargo de que los mozos.
—¡Ahora no! —pronunció tajante y continuó su camino oyendo tras ella el jadeo de sorpresa.
Nadie iba a detenerla, ese no era su lugar y esa no era ella.
—Raquel…
El ama de llaves salía del cuarto de Cadel con el rostro impregnado de preocupación, pero antes de cerrar la puerta, Vera aprecio el ir y venir de personas dentro y sus ojos se cristalizaron.
—No es nada. —De inmediato tomó sus manos y la obligó a alejarse de la puerta—. Solo tuvo una descompensación, estará bien.
—Hace un par de horas lo estaba. Él… —Recordar que lo había dejado solo con su esposa en medio de una discusión, cerró su garganta.
—Es normal en estos casos, Vera. —La obligaba a caminar, la alejaba de aquel sitio mientras ella se llenaba la mente de culpa—. Tendrá mejorías repentinas hasta que llegue lo que debe pasar.
No se había dado cuenta cómo sus manos temblaban, no había percibido como el aire tibio del mediodía ya daba en su piel y aun si estaba erizada.
—Necesitaba hablar con él —pronunció con la mirada perdida en el lago y en aquellos arbustos altos perfectamente cortados—. Necesitaba decirle algo importante.
—Por qué no das una vuelta por el parque —sugirió la mujer—. Espera un par de horas, de seguro estará bien. Ve, te hará bien respirar aire fresco.
Un par de horas, si no podía verlo para explicarse, se largaría de allí.
Asintió y agradeció con una sonrisa, descubriendo como la boca de Raquel se curvaba amplio y sus ojos se iluminaban como si descubriera un tesoro. Pero Raquel no la miraba a ella.
—Eres todo lo que tu madre y yo soñamos.
Fue todo lo que oyó en medio de unos balbuceos de llanto, de un abrazo inmenso que le entregaba a un hombre que la ocultó en su pecho cubriéndola con sus brazos. Vera creyó que aquella imagen no era real, no podía serlo porque frente a ella, tenía al hombre que hacía horas había demostrado lo miserable que era, y ahora estaba allí, aferrándose a una mujer mayor, abrazándola completa con sus ojos cerrados como si en verdad habitara en él algún sentimiento noble.
—Te extrañé… —susurró Duncan, pero su voz ronca se oyó distinta. Se oyó frágil.
Estuvo a punto de alejarse de aquel momento íntimo cuando descubrió los gestos dulces y casi humanos de Duncan, pero apenas su cuerpo se giró, su espalda sufrió la catástrofe que solo su voz provocaba.
—Vera.
Lo odiaba, odiaba el poder que tenía sobre cada terminación nerviosa de su cuerpo, aborrecía la seducción de sus matices que ponían a latir su centro con más fuerzas que su corazón y la enfurecía, cómo lograba rebozar su alma de ese sentir placentero. Volvió a su sitio y sus ojos colisionaron con la tempestad azul celeste, pero esa tormenta la envolvió diferente.
—Se conocen… —exclamó Raquel y caminó hacia ella, sosteniendo la mano a Duncan que seguía custodiando su rostro con su mirada—. Hijo, lleva a Vera a caminar, necesita respirar. La casa es un desastre y no creo que podamos charlar tú y yo.
—No se preocupe. —Se apuró a responder al descubrir la sonrisa ganadora en la boca de aquel hombre—, volveré a mi habitación y…
—A mí me parece una buena idea —expulsó Duncan y el estallido en las pupilas de la joven salpicaron de desconcierto el rostro que se mostraba satisfecho—. Tú y yo aún debemos hablar y esta es una buena oportunidad de hacerlo.
¿Cómo podía mostrarse así? ¿Cómo hacía para pasar de ser un hombre peligroso y gélido a… ese? Ese que le sonreía obnubilado, desnudándola con sus iris insolentes. No. Él mentía, engañaba, buscaba usarla para dañar a su hermano.
—Será en otro momento, señor Varone —habló cortante deshaciéndose de la mirada famélica. Elevó su barbilla y le sonrió amplio a la mujer—, Raquel, podrías avisarme cuando llegue mi novio o pueda ver a Cadel, por favor… —continuó indiferente a Duncan—, gracias. Que tengan buenos días.
Su cuerpo se movió raudo y sus pies comenzaron la fuga con sus pupilas con un punto como meta. No se paralizó, no dejó que sus pasiones la debiliten, y solo se detuvo cuando estuvo oculta entre lo que parecía ser un jardín entre arbustos de más de un metro y medio de alto.
Vera giró en sus pies, mareándose, la ansiedad cayó sobre sus hombros aplastándola y su cabeza se derrumbó hasta que su mentón tocó su pecho. Casi con violencia se soltó el cabello, hundió con impotencia sus dedos en el cuero cabelludo y ahogó un grito de dolor al darse cuenta que no le importaba una mierda perder su trabajo, dejar a Vernon o quedar como una insensible huyendo un día tan importante para Cadel. La atravesaba la idea de ser una maldita cobarde. Dos años aferrada a un hombre y creándolo perfecto en su mente y ahora que la venda caía de sus ojos mostrándolo como el ser manipulador que era, su corazón no dejaba de vociferar lo que siempre disfrazó de deseo.
Vera no iba a aceptarlo, Duncan solo había sido una obsesión y eso no se parecía en nada al amor.
—¿Por qué huyes de mí, Vera?
Polvo, deshecha ante su voz, su cuerpo sufrió la sacudida arrolladora de la tonalidad sensual y su pecho explotó en un sollozo contenido. La estaba destruyendo su sentir, la vehemencia con la que clamaba su corazón.
—¡Lárguese! —escupió enrabiada con ella.
—Sabes que no lo haré. —Vera negó con su cabeza gacha, escondida tras la cortina de su cabello, sabiendo que todo era inevitable—. Tú no quieres que lo haga. Enfréntame como la mujer que puede manejar una poderosa empresa y no como la que no puede decidir qué ponerse. Mírame, Vera.
El fervor de cada palabra tras ella abrasó su piel arrancándole un gemido. Ni siquiera pasó por su mente la idea de fingir que no comprendía su reclamo. Vera podía oler como la bruma sensual que desprendían ambos los envolvía y resistirse era en vano.
—Solo estás aquí para provocar una guerra. Estás aquí para vengarte.
Dos magnánimas manos poseyeron su rostro elevándolo con fanatismo y Vera cortó su respiración al contemplar a su verdugo tan cerca. Duncan se había atrevido a sujetarla de las mejillas con potencia, su mirada relucía de una voracidad agresiva mientras su respiración pesada la bañaba de concupiscencia. El tiempo no se detuvo, se volvió inexistente mientras las pupilas se fusionaban en un lenguaje infatuado.
—Estoy aquí por ti —resolló explícito—. Dime que deseabas que estuviera aquí. ¡Dímelo, Vera!
—¿Por qué ahora si siempre lo supiste? —expresó letárgica, narcotizada con las manos que la aprisionaban con la rudeza que siempre soñó.
Sufrió un delirio sensorial cuando el roce de la boca de Duncan jugó sobre sus labios y convulsionó entre sus manos.
—No lo sabía… —gruñó sin dejar de provocarla con el aire candente de su respiración, rozándola con la piel de su nariz y su boca—. Hasta que te sentí temblar en mi mano, igual que yo. Soy un cobarde, Vera, pero no dejaré que nadie te destruya.
—Tú lo estás haciendo, tú… —exclamó y no dudó en abrir sus ojos y dejarle ver la destrucción que llevaba por dentro de tanta represión de emociones—, pero no dejaré que llegues más lejos.
Con fiereza se deshizo de sus manos y corrió viéndose como lo que su mente instaló que era; la presa de Duncan, pero la trampa de ese cuerpo que la atrapó en el aire la encerró entre la cárcel de sus brazos arrojándola al suelo hasta aplastarla con la inmensidad de su anatomía.
—Tú también eres una cobarde —gritó sobre su rostro y pudo apreciar como esos ojos se llenaban de láminas cristalinas, iracundas y de dolor, dejándola paralizada—. Estoy tan dentro de ti que no podrás sacarme. ¿Dime que es lo que en verdad deseas?
La febrilidad del pecho de Duncan atravesaba las telas que los cubrían, sus pechos agitados conectando sus latidos, las miradas irreverentes, deseosas, las respiraciones espesas y el calor abrasivo que se presionaba en su centro, fueron el elixir que la drogó para empujarse eufórica hasta atravesarlo con su lengua. Vera se fundió en esa boca que la recibió con salvajismo, lo besó eufórica sofocándose con el aliento adictivo, aspirando hambrienta de su mismo aire mientras peleaba una guerra dentro de esa boca. Se inundó de su lengua, la absorbió déspota mientras sus uñas se afilaban en la imponente espalda dejando surcos de su éxtasis. No le bastaba, no la llenaba y con potencia empujó su pelvis para friccionar la dureza caliente contra su centro. Desesperada lo devoró bestial, se dejó someter y lo sometió mientras sus piernas se abrían para sentirlo, sin embargo, un gemido enajenado brotó cuando los dientes de Duncan se clavaron en su labio inferior.
—Ven conmigo —sentenció.
La levantó en vilo y los sentidos de Vera se llenaron de ese cuerpo imponente que avanzó sin detenerse hasta llegar a una diminuta cabaña. Se quedó en su rostro cuando las puertas se abrieron y tembló de deseo al ser depositada en el suelo.
—No seré tibio, Vera —amenazó acortando el espacio. Sintió la presión de sus dedos cerrándose en su cuello, la caricia de su pulgar desplegándose en sus labios y la ferocidad sexual plasmada en su mirar—. Porque sé que no es lo que deseas.
—¿Cómo lo sabes? —provocó percibiendo la transformación de su ser, convirtiéndose en la hembra insaciable que ya se relamía antes de probarlo.
—Porque esperamos demasiado para tenernos.
Hubiera deseado detenerse en cada porción de esa piel tensa y definida, saciarse las papilas con el sabor de la carne escultural que se desnudaba, pero apenas sus pupilas se dilataron al descubrir la masiva dureza que se alzó antes sus ojos, se vio sometida contra la pared y siendo ferozmente desvestida. Las manos de Vera se desesperaron sobre la piel de Duncan, se fundieron en sus bíceps arañándolo mientras la boca de ese hombre se apoderaba de su cuello y sus manos la despojaban de todo.
—Dos malditos años —rumió al tiempo que la giraba y enlazaba su cabello entre sus dedos, refregándose obscenamente en su espalda—, persiguiéndote, buscándote, inventando excusas para oírte. Dos malditos años sometiéndome con tu existir.
Jadeó sonoro en el instante que la humedad de la vigorosa virilidad se abrió paso entre sus glúteos y empujó violenta doblando su cintura, buscándolo.
—Dos años soñándote…
Y fue todo lo que pudo extirpar cuando su garganta se cubrió de un grito lujurioso al sentirse atravesada por la fuerza descomunal de su miembro. Las estocadas certeras arrasaron con su raciocinio y solo quedó en su corazón y su cuerpo, el latente palpitar de Duncan, que en cada acometida rabiosa, se aliaba con la presión infernal en la punta de sus pezones llevándola a la cúspide de la absoluta ambrosía. Así, sometida, siendo masacrada, dilapidada con su posesión y los infernales bufidos que solo cesaban cuando su lengua se arrastraba en su cuello, Vera explotó sin siquiera pensarlo porque su cuerpo al fin había recibido lo que ni en sus sueños llegó a imaginar.
—Esto es solo el comienzo —murmuró ronco y lamió el lóbulo de su oreja sin dejar de darle vida a sus empalmes profundos—. Esto es lo que sucede por reprimir lo que sentimos.
—Deseo —jadeó en respuesta e intentó girarse para buscar sus ojos.
Su cuerpo se vio libre de la presión de Duncan y al abandonar su intimidad las rodillas de Vera flaquearon, sin embargo, sus muslos fueron elevados hasta que sus piernas aprisionaron como pinzas la cadera de ese hombre, que volvió a hundirse en ella sin reparo. Vera gritó en su boca, expulsó la sensación de sentirse llena de placer, sin dejar de saborear la lengua libidinosa que acariciaba la suya.
—No es solo deseo —rumio lúgubre y su voz repercutió en su corazón mientras sus ojos se llenaban de negación—. Desde el primer día que nos vimos —siguió gruñendo a la par que atravesaba su cuerpo con bestialidad—, lo supimos. ¡¡NO ES SOLO DESEO!! ¡ACÉPTALO, VERA!
Se abrazaba a sí misma en el rincón de la sala, sus ojos hinchados de llorar y el resplandor de la decoración la cegaba. El llanto desgarrador de Aretha retumbaba mientras la mirada vacía de Vernon la apuntaba. Cadel se había ido, no había llegado a festejar sus ochenta años y sucedió mientras ella se entregaba sin pudor al hombre que ahora se veía imperturbable.
—¿Dónde estabas? —cuestionó Vernon inquisitivo.
Vera no respondió y menos cuando advirtió a Benny con su mirada recelosa.
—Sé que no es el momento. —Ramón Santamaria habló y el silencio fue inmediato—, pero tengo órdenes de hacer esto antes de que Cadel sea retirado de esta casa.
—¿Cómo te atreves? —vociferó Aretha.
Vera cerró sus ojos, inhaló hondo y sus pies comenzaron a buscar la salida.
—Espera, Vera. —La mano de Vernon se cerró en su antebrazo ciñéndose con fuerzas y cuando su cuerpo se giró, jamás creyó ver lo que vería—. Cásate conmigo.
Vernon se hallaba de rodillas, sus ojos enrojecidos suplicantes y en su mano, la muestra de que hablaba en serio.
—Sería esta noche, con papá de testigo —sollozó y el corazón de Vera se partió en mil pedazos—, sé que él aún está aquí. Dime que sí, Vera. No puedo perder a nadie más.
Un aplauso tras otro, seco, se oyó opacando el llanto de Aretha y cuando Vera, aún con su mirada cristalizada de dolor encontraron al dueño de ese acto de burla, lo miró agresiva.
—Buena jugada —manifestó con sorna Duncan y sonrió tan diabólico que ella no reconoció al hombre que hacía segundos se había rendido a sus pies—. Por qué no dejamos que Marcos hable primero para que Vera aprecie qué tan profundo es tu amor.
—No tienes respeto por nada y por nadie. Tu padre acaba de morir. Tu hermano le está proponiendo matrimonio a la mujer que ama, ansiando que tu padre aún pueda verlo y tú. —El oxígeno se acabó en sus pulmones, Vera escuchaba los gritos, pero para ella era como una escena bizarra donde pronto la pantalla se mancharía de sangre—. Solo quieres ver qué dejó Cadel.
La risa funesta de Duncan le perforó los oídos y ya no fue capaz de oír ni ver más nada, pero sintió cuando unas manos la llevaron hasta un sillón y allí la sentaron.
—Yo sé lo que dejó mi padre y ustedes también —escupió arrogante—. Por eso armaron este teatro, ¿No es así, Vernon? Por eso decidiste que estabas enamorado de una mujer de un día para el otro.
—¡¿DE QUÉ DEMONIOS ESTÁS HABLANDO?!
Vera levantó su vista y halló al abogado mirarla con lástima.
—Vera Robles, en mi carácter de representante legal del señor Cadel Varone, tengo el poder de notificarle que desde este instante usted es la dueña del cincuenta por ciento de todas las posesiones de mi cliente, incluida Industrias Varone y cualquier patrimonio de su pertenencia.
—¿De qué... está hablando?
—A sus hijos —continuó el abogado sin prestarle atención—, recibirán el veinticinco por ciento del cincuenta restante.
Vera comenzó a sentir que una espesura negra la envolvía, sus ojos desorbitados buscaron el equilibrio y lo último que vio, fue la mirada azul celeste teñida de angustia. Ahora lo comprendía. No la querían a ella, buscaban el poder que quedaría en sus manos.
Sus párpados le dieron paso a la luz lentamente, pero en sus retinas y en su mente se hallaba grabada la imagen de Duncan con su postura usurera. Una lágrima rodó por su mejilla y se sostuvo el pecho como si así pudiera retener los pedazos de su corazón. Se oían gritos afuera y la voz imponente que le enfriaba la piel.
—La usaste, por eso le propusiste ser tu novia. ¡Lo sabías!
Se acercó sintiendo la sedación en su sistema, pero el alma con la fuerza para enfrentar la verdad.
—No sé de qué hablas, pero si así fuera, no puedes negar que regresaste por lo mismo.
—¡Eres un maldito hijo de puta! —Y la mirada de Vera recayó en el cuadro belicoso de dos hombres a punto de golpearse, pero nadie la advirtió—. Regresé para que no arruinaras su vida. ¿Dime hasta cuándo mantendrías la farsa? Crees que no sé tu secretito. Tú y Benny.
Y fue el turno de Vernon de abalanzarse sobre su hermano, pero fue derribado de un golpe. Tirado en el suelo y con su nariz sangrienta, la máscara de Vernon cayó ante los ojos de Vera.
—Al menos tuve la decencia de no follármela para convencerla.
Vera no pudo retener el llanto que atrajo los ojos de los hermanos.
—Me usaron —pronunció derrumbada y clavó su mirada en el único que le importaba.
—Vera, no es lo que tú crees… —Duncan quiso acercarse, pero la postura furiosa de aquella mujer lo detuvo—. Ese no era mi plan.
En sus manos llevaba varios documentos, los alzaba como si fuera la bandera de paz, pero dentro de Vera, ya no quedaba una pizca de inocencia.
—Tu plan era robarle su parte, hacer que firme esos documentos —escupió Vernon y la mente de Vera recordó cada palabra que había oído horas atrás—. No lo ves, Vera. Yo quise cuidarte. Protegerte de hombres como él.
—Mi plan era hacerte fuerte… —Pero Vera sonrió con tristeza y agradeció no haber oído a su corazón—. Mi plan era hacerte poderosa y alejarte de él.
Era como ver a dos hombres distintos. El siempre dulce Vernon ahora tenía en su cara la expresión más rapaz que hubiera visto y Duncan, se mostraba tan destruido y temeroso que Vera apartó sus ojos para no claudicar.
—No necesito poder, ni protección —musitó—. No necesito nada de ninguno.
Atravesó la casa hasta llegar a su habitación y poseída juntó todo, volvió a levantar su cabello y salió de allí sin mirar a nadie.
Poder, ambición y deseo, condimentos para destruirla.
—Tienes que firmar esto antes de irte.
En la entrada de aquella casa, el abogado la esperaba. Llevaba en sus manos un folder y sus ojos se clavaron en ella como puñales.
—Dile a tu amigo que no soy tan ciega para los negocios como con los hombres —arrojó con ira y siguió su camino.
—Todo lo de Duncan es tuyo ahora.—Los pasos de Vera se detuvieron y su corazón se saltó un latido llevándola a boquear para encontrar el ritmo. —Su única condición es que no le cedas el derecho a nadie. Tú y solo tú deberás llevar adelante…
No lo dejó terminar de hablar, Vera le arrancó aquel folder de las manos y corrió ciega hasta llegar a aquel cuarto y la abrió con furia.
—¿Cuánto más jugarás conmigo? —cuestionó en un grito. Pero sus ojos recayeron en las fotos que se desparramaban en la cama donde solo ella aparecía. Duncan sujetaba en su pecho varias fotografías y su mirada no la enfrentó—. Duncan…
—Jamás hubiera vuelto por nadie —pronunció y sus dedos acariciaron aquel papel con devoción—. No me importaba sentirme un miserable por no decirte lo que siento, mi orgullo podía más, Vera, hasta que supe que estabas en peligro.
Lo vio ponerse de pie y su mirada la desarmó.
—No te merezco porque soy todo lo que has visto de mí. —Allí estaba, transformándose ante ella, con su mirada azul celeste mutando a la oscuridad perniciosa que la subyugaba. Duncan se acercó lento y el rostro de Vera se alzó trémulo—. Firma esos documentos y tú y yo jamás volveremos a vernos.
Lo tenía frente a ella, podía ver en sus ojos la misma represión de emociones que sentía en su pecho y ese silencio, ese vacío que instauraba entre ambos separados por una pantalla cuando sus iris conectaban, ahora Vera podía leerlo en su esplendor y así oír, aquello que su corazón gritó por tanto tiempo.
—No vernos apagará la obsesión —susurró y su mano se alzó para posarse en ese lugar donde latía rotundo—. ¿Pero y si es algo más?
Se acercó más, apreció el agite en el pecho de aquel hombre y sus pupilas se incrustaron en su rostro, mostrándole el verdadero sentir que se encendía con los roces.
—No es solo deseo, Duncan —siseó mientras su mano se desparramaba y el agite de aquel hombre se convertía en temblor—. ¡Acéptalo! Eres culpable de mucho más.
Lo esperaba, como no hacerlo cuando conocía cada silencio, cada respiración y cada gesto, por lo que sabía exactamente que el límite de su control había llegado. Aquel hombre actuó con la misma brutalidad que ella imaginó y su cuerpo se vio contra la cama siendo cubierta por la inmensidad de Duncan.
—Entiende algo, Vera Robles —pronunció áspero y esas manos destrozaron de un tirón su ropa—, seré culpable toda la vida de dos cosas —continuó mientras la boca de Vera se relamía disfrutando su bruteza y fogosidad—, desearte y amarte con la misma potencia.
—Entonces cumpliremos la condena juntos —decretó Vera y lo empujó contra el colchón para someterlo y besarlo con barbarie—, porque te deseo y te amo con la misma ferocidad.
FIN

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