lunes, 8 de mayo de 2023

QUERIDO DIARIO:


Estoy sentado en la terraza de un café de Castellón, veo pasar el tráfico lenta y bulliciosamente debido a la gran saturación de vehículos a pesar de estar en el mes de Agosto. La gente camina deprisa por las aceras como si llegasen tarde a algún sitio. Los jóvenes ya no escuchan música, si no que miran lentamente la pantalla de su teléfono móvil. 

Lo cierto es que esta ciudad ya no se parece mucho a la que mis padres me hicieron abandonar por motivos económicos para vivir en el extranjero. 

Ahora estaré aquí de vacaciones unos cuantos días más; en una suite de lujo, nada comparado con la casa dónde me críe con mi familia. 

Ayer me ocurrió algo muy peculiar; estaba aquí, sentado en esta misma silla tomándome un café como el que acabo de terminar, cuando un desconocido se acercó a mí. Al principio no lo conocí, pero tras presentarse recordé a Miguel, el capitán del equipo de futbol y delegado de clase. A pesar de ser el típico chico popular del colegio, era un buen chaval. Compartimos el pupitre en clase durante unos meses y nos hicimos bastante amigos; también jugábamos a futbol en el recreo, y en innumerables ocasiones me invitó a merendar a su casa. Tenía una casa preciosa, muebles de diseño, ventanales que mostraban la belleza de la ciudad…Recuerdo que el día que estuve allí pensé que en esa casa podrían caber cinco familias como la mía. 

Recuerdo a su madre en la cocina preparando unos sándwiches. Rubia y guapa como Miguel. Seguramente tendría un buen trabajo además de un alto cargo en una empresa, porque se sentía muy segura de sí misma. El padre debía ser ejecutivo o algo así porque siempre iba vestido con traje chaqueta y llevaba un maletín en la mano. Eran la pareja perfecta y la familia perfecta.

 A veces le envidiaba, y luchaba contra ese sentimiento todo lo que podía. La diferencia entre ambos era notable; él siempre sacaba buenas notas, también era mejor jugando al futbol, y algunas veces las chicas de clase venían a verlo jugar, hecho que a mí nunca me ocurrió. También era buena persona; no criticaba ni tenía palabras duras. Siempre me hacía reír. A veces le envidiaba y luchaba contra ese sentimiento todo lo que podía. Ahora, después de quince años, me he sorprendido al encontrarme con un hombre tímido e inseguro, sin un trabajo estable, sin familia… Entonces lo he recordado todo. Pero no con la mente de un niño, sino con la de un adulto. 

Aquellas tardes en su casa… su padre siempre sonriendo pero con prisa, nunca fue a verlo jugar ningún partido de futbol. Su madre tampoco lo hizo, siempre se encontraba cansada. Su casa siempre olía a perfume de vainilla, nunca al puchero que hacía mi madre o a las riquísimas tejas al horno. Jamás vi platos por fregar en el fregadero, bolsas de comida para llevar inundaban la cocina. No había libros usados ni juegos de mesa deteriorados por su uso. Allí todo era nuevo. En el baño no había revistas por el suelo como en mi casa, ni ropa sucia ni juguetes por el suelo. Si no una estantería repleta de medicamentos; ansiolíticos, estimulantes, antidepresivos, anfetaminas, diazepanes, opiáceos…Todo un paraíso artificial de tranquilidad y paciencia. Todo un festival de alegría forzada y energía.
 

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